Algarabía: La canción de Cenex hijo natural de la Ínsula Alarabíyaa (Graywolf Press, 2025) es una epopeya que sigue el viaje de Cenex, un ser trans que narra su vida retrospectivamente mientras navega por las historias contadas a nombre suyo. Habitante de Algarabía, una colonia de la Tierra en un universo paralelo, Cenex lucha por encontrar un nombre, un cuerpo y un hogar estable. El canto de Cenex entreteje y, en ocasiones, enfrenta textos de escritores puertorriqueños cis sobre figuras trans con fragmentos desidentificatorios de textos históricos, documentos legales y otras fuentes extraliterarias. Cenex nos conduce a través de su hospitalización temprana, sus años como sujeto experimental, una breve estancia suburbana, meandros retorcidos, un grupo jovial de cuirs predilectos y tierras no tan lejanas. La ficción especulativa, lo real maravilloso y la sátira se reúnen dentro de este poema que se ríe de su propia supervivencia, con una rabia pícara y aguda.
Algarabía: The Song of Cenex, Natural Son of the Isle of Alarabíyaa (Graywolf Press, 2025) is an epic poem that follows the journey of Cenex, a trans being that retrospectively narrates his life while navigating the stories told on his behalf. An inhabitant of Algarabía, a colony of Earth in a parallel universe, Cenex struggles to find a name, a body, and a stable home. The song of Cenex weaves, and, at times, clashes texts by cis Puerto Rican writers on trans figures with disidentificatory fragments from historical texts, legal documents, and other extraliterary sources. Cenex leads us through his early childhood hospitalization, his years as an experimental subject, a brief stay in suburbia, twisted meanderings, a merry band of chosen queers, and not-so-far-off lands. Speculative fiction, the real maravilloso, and satire come together in this epic that laughs at its survival, with sharp, unserious rage.
Pasa varias semanas haciendo gestiones gubernamentales, haciendo filas, pero nadie acepta su nombre. No existe dentro de ninguna computadora y ningún registro lo valida. Es un fantasma.
Una mallorca cada mañana.
Cada día, el mismo.
La misma oficina, la misma fila,
el mismo desempleo.
Cuando les entregué mi nombre a los dioses de la vitrina,
lo llevaron atrás, a una oficina alejada de las inundaciones,
y los números sin par, donde, poco después, concluyeron,
Así no.
En mi cuarto viaje, sentado en una silla
atornillada al suelo, recibí una visita.
Apareció una escena y de repente
no estaba en la sala, ni en nuestra era.
Las piernas cortas en un caballo dálmata
me jalaron como si fuese un niño. ¡Un elder!
¡Era un anciano trans!
Aquí estoy montado detrás de UN ELDER.
Pocas veces, siendo novatos, les vemos.
Era exactamente como lo imaginé
con sus cadenas en capas y una voz
que podía transformar vidrio en leña.
Aquí estaba con una persona
trans, REAL, que sobrevivió
cada forma intrínseca y cruda,
cada variedad velada y abierta del odio,
cada cabrón día entre gente que recordaba
los detalles más pendejos sobre sus propios
géneros y después se espantaba con que
creyéramos que los cuerpos eran
tan maleables como el gusto.
Este elder me rescató
de burócratas que acribillaban
mi nombre, que lo devolvían
como las máquinas de refresco
devuelven las monedas de feria.
Atravesamos nuestra primera ranura
y el elder blandió una espada limón bling
para cortar bejucos y recortar obstáculos.
Mientras abría camino con el arma,
una inscripción se deslizó por la hoja:
Estas son deidades nacidas, no merecidas.
Y no nos rebelaremos contra ellas,
“sin decir el secreto doloroso:
que yo te llevo hurtado a dioses crueles
y que vamos a un dios que es de nosotros”.
El camino en sí era oneroso,
estafado por la promesa de un salario.
Hercúleo, atómico, invertebrado, afídico,
encapullado y crustáceo, el viaje en sendero,
sobre las praderas id y los prados pantanosos
profetizó el acecho de mis aventuras.
Aprecié los consejos del anciano
sobre cómo pasar los callejones
sin salida, sin parar donde a menudo
se daba un choque del destino,
con quienes no nos pensarían
dos veces, pero deseaban sellarlo
todo con la espada flamígera.
Me aconsejó sobre cuándo comer y dónde dormir.
Habló un rato y yo me empapé de cada palabra.
Incluso mencionó un material, no milagroso,
pero hecho por el hombre, poderoso y simple,
que cambiaba a una mujer común
en un hombre común y corriente.
Dijo esto y dijo lo otro hasta que predijo.
“Y mil que he de callar, pues su resumen
No cupiera de un canto en el volumen”.
Atendí y atendí hasta que fui atendido
por un destino casi predeterminado, pero,
pese a las noticias, quedé con ganas.
Era un elder, no un profeta
y tan pronto hubo silencio,
me retiré al papeleo.
En esa figura de neón, yo había tocado
una persistencia que excedía la razón.
La solicitud requiere ediciones significativas.
Las voces me rasgaron y casi sucumbí,
pero volví a entregar mi formulario inútil
que tenía toda la información correcta.
He spends weeks dealing with government paperwork and waiting in lines, but no one accepts his name. Cenex does not exist in any computer and has no validated record. Cenex is a ghost.
A mallorca each morning.
Every day, today.
Again, the same office, same line,
still unemployed.
When I sent my name to gods behind the glass,
they took it back to crosscheck far from floods,
and unmatched numbers, soon after, concluding,
This is wrong.
On my fourth trip, as I sat in a chair
screwed to the floor, I received a visitor.
A scene appeared, shooting me into the sky
beyond the waiting room, past the era.
In came short legs on a speckled horse
to pull me up by the arm. An elder!
I’m riding behind AN ELDER.
A rare sighting for the newly minted.
They were just as I imagined,
with their layered chains and a voice
that could make glass into kindling.
Here I was, with a REAL, live,
trans person, who had somehow
survived every intricate and crude,
every veiled and brazen variety of hate,
every fucking day living among people
who recounted surpassingly inane details
about their own genders, then felt aghast
we considered bodies to be
as malleable as taste.
This elder rescued me away
from bureaucrats, intent on killing
my crossed-out name, returning it,
like vending machines rejecting tokens.
We rode through our opening slot,
and they swung a Jedi-lemon sword,
to cut away lianas, trimming obstacles.
As they brandished it to make a path,
an inscription slithered up the blade:
These are gods by birth, not by right,
and we won’t rebel against them,
“without sharing the painful secret:
that I have stolen you from cruel gods
and we are heading to our own gods yet.”
The trail itself was onerous,
stiffed by the promise of a salary.
Herculean, atomic, invertebrate, aphidic,
cocooned, and crustacean, our road trip
over the id prairies and quaggy meadows
prophesized my adventures’ lurking.
I cherished the Elder’s advice
on how to race past dead ends,
where we met in an inevitable clash,
with those who gave no second thought,
but wanted to apply the flaming sword
on every stamp.
They told me when to eat, where to sleep.
They spoke awhile and I soaked in every word.
They even mentioned this stuff, not miraculous,
but man-made in its power and simplicity,
which could change an ordinary woman
into an ordinary, everyday man.
They told and told until they had foretold.
“And a thousand tellings, I shall keep unknown,
for they would fill more than one canto alone.”
I heard and heard until I had been herded,
to a destiny almost predetermined, but,
despite tidings, they left me wanting.
They were an Elder, not a prophet,
and as soon as they were done,
I retreated to the paperwork.
I had touched, in that neon figure,
a persistence beyond logic.
The application needs stronger edits.
Voices clutched, as I almost succumbed,
but instead, took back my useless form
with all the right information.
En el bosque, Cenex y las inercias se acerca al río entre reinos.
Tenté los sueños con ronquidos.
Un hada se arrodilló sobre un hongo maitake
y me dio una pedicura.
Con la risa en los pies, un “involuntarioso centauro”,
brinqué de piedra en piedra.
Un guardia fue el portero del corredor.
Me pidió mi identificación. No tengo.
Me preguntó si estaba en la lista,
que dónde vivía. Pero si, caballero, es un río.
El corredor era para el zipline.
Solicité una rúbrica de retraso,
pero le pagaban por vigilar
y no me debía una explicación.
Como me faltaba moneda, a cambio
le ofrecí un diente de oro a la corriente,
una ceniza también mojada con brillo.
Nunca antes había aceptado un soborno.
Crucé centáureo,
con una melena tapaculo (no una melena culona)
y con una gargantilla de eucalipto y saliva.
Detrás de mí, el guardia seguía pendiente
y se estiraba en la distancia incremental,
igual que un músico alarga la noche.
In the forest, Cenex and the inertias approach the river between realms.
By snoring, I tempted dreams.
A fairy knelt on a hen of the woods
and gave me a pedicure.
With laughter in my feet, an “unwilling centaur,”
I skipped from stone to stone.
A guard was goalie for the passage.
Asked for my ID. None.
Asked if I was on the list.
Where did I live? But, sir, it’s a river.
The passage was for the zipline.
I requested a rubric for his stalling,
but he was guarding for a fee,
and was not obliged to answer.
Since I lacked coin, in exchange,
I offered a golden tooth to the current,
a cinder, also wet with shimmer.
His first time accepting a bribe.
I crossed, centaurean,
with a long ass-mane (not a long-ass mane),
wearing a eucalyptus and saliva choker.
In my wake, the guard stood watch,
stretching incrementally into the distance
like a musician lengthens night.
La historia de la gran tierra de Algarabía, narrada por Carl Sagan.
No es Pepeslavia ni la República de los Cocos.
Algarabía no es una tarjeta postal tropical.
Más allá del área con servicio de este universo,
tan lejos como las papitas terrestres del mayoketchup,
existe la vida, y en todo sitio que visito hay algarabianos
cuyos gestos de mano tocan embrujados acordes.
No pretendo presentar su historia
a un análisis meteorológico somero.
Ofrezco estas notas rudimentarias.
Algarabía es un planeta
y una sola masa continental.
Algarabía es una isla.
Se llaman así, al unísono.
A veces, es otro nuestro idioma,
otras, hablamos un dialecto de la Tierra.
Distribuimos los artefactos de deidades.
Recirculamos una nueva significación.
Vemos mucha televisión terrestre.
Nosotres también tenemos sus tiendas
y ordenamos cosas de otras colonias
con la supervisión de los terringos,
las terringas, les terringues, pero
nuestro alboroto es diferente.
Somos un pueblo.
Compatibles solo para sostener la vida,
La Tierra y Algarabía no se parecen en nada,
y, en solo un sentido, desearía un parecido.
Estos cielos están cubiertos por un velo.
Bajo la atmósfera de nuestro planeta,
olvidamos los mundos allende,
que la Tierra recuerda.
Trabajamos para la Tierra; por la Tierra morimos,
pero sólo nos peleamos los unos a les otres.
Hace siglos, la Tierra Padre, destruida,
les terrícolas más crueles, en el poder,
repoblaron colonias con cúpulas hostiles,
réplicas mnemotécnicas de su primer planeta.
Algarabía fue el último en vías
de ciudad asentadora. Gobernades,
invadides y hostiles bajo el yugo
de un desplazamiento incompleto.
Brotaron carpas junto a los domos.
Su gente dormía de día y, de noche,
enceraban un vidrio antiobrero.
Les terringos enviaron emisaries a hoteles
en AC, donde escogieron nuestras palabras,
pero nunca respondían a nuestros llamados.
Nos enviaron tropas. Fomentaron asentadores.
Nos olvidamos de extirparlos,
creyéndonos autocontenidos.
Les llamamos dioses, a les terrestres.
Nos sacrificamos ante sus altares,
engrasamos las ruedas del matadero local,
y marchamos a triturarnos en hilera.
The Mighty Land of Algarabía, as narrated by Carl Sagan.
It is not Pepeslavia or the Coconut Republic.
Algarabía is not a tropical postcard.
Beyond the serviceable area of this universe,
as far as Earth fries from mayoketchup, there is life,
and everywhere I’ve gone, I’ve found Algarabians,
their hand gestures playing haunted accords.
I do not pretend to summarize its history,
or present a cursory meteorological scan.
These are rudimentary notes.
Algarabía is a planet,
housing one landmass.
Algarabía is an island.
The name is the same.
Sometimes ours is another language,
other times, we speak a dialect of Earth.
We distribute gods’ artifacts,
recirculating new signification.
We’ve seen many Earth shows.
We too have its chain stores,
and order from other colonies
with Earthbloods’s oversight,
but our ruckus is different.
We are a people.
Compatible solely in life sustainability,
Earth and Algarabía are nothing alike,
and, in one respect, I wish we were.
These skies are lined with a veil.
Within our planet’s atmosphere,
we forget the worlds beyond,
while Earth remembers.
We work for Earth; for Earth, we die,
but only ever fight each other.
Centuries ago, Earth Sr. ended.
The cruelest Earthlings, in power,
repopulated colonies with gated domes,
mnemonic replicas of their home planet.
Algarabía was the last to be taken
by settler cities. Ruled, invaded,
and unfriendly in our subjugation,
our displacement was incomplete.
Outside the domes, sprung tent cities
where, during the day, people slept,
and, at night, waxed labor-proof glass.
Earthbloods sent emissaries to hotels
in AC, where they handpicked our words,
but never answered our knocking, and
deployed troops, promoting evictions.
We keep forgetting to kick them out.
Our planet feels self-contained.
We call them gods, the Earthmen.
We sacrifice each other on their altars,
grease the wheels of the local abattoir,
and march into its grinding, single file.
Loudreading is a collaboration between e-flux Architecture, WAI Architecture Think Tank, and Loudreaders Trade School supported by the Mellon Foundation, re:arc institute, the Graham Foundation, Producer Hub, Iowa State University, GSA Johannesburg, Universidad de Puerto Rico–Rio Piedras, and the inaugural ACSA Fellowship to Advance Equity in Architecture.
Category
Subject
Notes
“sin decir el secreto doloroso:/ que yo te llevo hurtada a dioses crueles/ y que vamos a un Dios que es de nosotros,” Mistral, Gabriela, et al. “La fuga,” Obra Reunida de Gabriela Mistral: Tomo I Poesía. Ediciones Biblioteca Nacional, 2019, pg. 232. My translation and adaptation into English.
“unwilling centaur,” Spicer, Jack. “Introduction,” My Vocabulary Did This to Me: The Collected Poetry of Jack Spicer, Wesleyan University Press, 2010, pg. 107. My translation into Spanish.
“Y mil que he de callar, pues su resumen/ No cupiera de un canto en el volumen.” Echeberría, Don Manuel. “Gloriosa defensa de la Ciudad de Puerto-Rico, durante el asedio británico que sufrió en 1797,” Lealtad y heroismo de la isla de Puerto Rico, Imprenta del Boletín Mercantil, 1897, pg. 48. My translation into English.